miércoles, 5 de enero de 2011

“El loco” de Madrid.

Fernando Rivero fue conocido como “El Loco” en el mundo de las sustancias prohibidas. Desde muy temprana edad comenzó con la marihuana, y llegando a su adultez, lo había probado todo: disolvente, LSD, anfetaminas y hasta incluso con cocaína.

En los lugares que solía frecuentar, se lo caracterizaba como una persona muy violenta, no solo por las consecuencias que conllevan para la personalidad el hecho de ser un habitué de las drogas, sino porque también era un hombre versado en los artes marciales.
Con 29 años de edad, Fernando Rivero, no podía vivir sin estar drogado, y por supuesto, las consecuencias de esto eran evidentes en su estado de salud, pues sufría de ataques de paranoia y tenía severas alucinaciones.

Durante el año 1993, los psiquiatras del Hospital Gómez Ullúa llegaron a la conclusión de que Rivero padecía trastornos de la personalidad con rasgos psicopáticos.

Varias veces pasó por la cárcel por diversos motivos: falsificación de documentos, robos, lesiones y desacato a la autoridad.
Varios asesinatos fueron cometidos durante la noche del 1 de julio del año 1998, pues “El loco” tenía todo bien dispuesto para que así lo fuera.
La escena del crimen tuvo lugar en el hotel “Los Reyes Católicos”, en la cuidad de Madrid.

Este lugar no fue escogido al azar, sino que Rivero tenía un As bajo la manga, pues varias veces había pasado la noche en dicho hotel por lo cual tras un minucioso trabajo de observación, tenía la certeza de que durante los primeros días de cada mes, el dueño del hotel retiraba dinero del banco para pagar los salarios de sus empleados.
Armado con su escopeta calibre 12, cinta adhesiva y cutter, fue como Rivero se aventuró a dar lo que para el sería “Su gran golpe”.

Durante la noche del día del crimen, Rivero llamó al hotel para pedir un cuarto, pues tenía bien en claro que, sin reserva previa, no podría ingresar en el establecimiento.

La habitación fue reservada a su nombre, y sin más rodeos, se encaminó hacia el hotel, por supuesto, ya drogado y con el “Coraje en la sangre”.

Su plan era sencillo: amenazaría al conserje con el elemento cortante y luego lo inmovilizaría con la ayuda de la cinta de embalaje. Por si acaso, llevaba su arma escondida en una caja.
Una vez en la recepción del hotel, pidió la llave al recepcionista, y contrariamente a sus planes, cuando este se le acercó, sacó la escopeta al tiempo que le dijo “Tú ya estás muerto”.
Este comienzo dio por sentado que nada se llevaría a cabo tal como lo había planeado anteriormente.

La primer persona que acudió a la escena del crimen luego de escuchar tres disparos fue una turista estadounidense, llamada Noranne Siemers. Ella se alojaba junto a su familia en el hotel, y como no pudo comunicarse con recepción ante la alarma, tomo la decisión de acudir por si misma, acompañada por su hija.

Al llegar a la escena del crimen encontró dos cadáveres con heridas de balas y degollados. Semejante escena hizo de la señora Siemers huyera inmediatamente de vuelta a su cuarto.

Entre los cuerpos se encontraban recepcionista del hotel y de un hombre, cuya suerte no lo acompañó al momento de arribar al hotel en el mismo instante que Rivero. Este hombre llegó junto a su pareja, quien se convirtió en la tercer desafortunada en caer en las manos del asesino. En su caso, el corte de Rivero no llegó a ser demasiado profundo como para terminar con su vida, aunque el asesino así lo creyó porque no le disparó como a los otros dos.

Gracias a esta “suerte”, la mujer pasó a ser la única que presenció esta serie de asesinatos.

Tiempo después, esta mujer relataría como se sucedieron los hechos. La mujer escuchó las súplicas y las quejas de las otras víctimas antes de que Rivero se acercara a ella y le propinara el golpe, pero presa del pánico, la mujer se desmayó y fue por eso que el asesino la creyó muerta.

Minutos después, mientras Rivero buscaba el dinero, la mujer recuperó la consciencia y se corrió a la planta baja, pues tanto ella como los otros dos muertos, se encontraban en el hall de la escalera que iba hacia el primer piso.

Cuando el asesino se percató de que había desaparecido, corrió a buscarla, y una vez que este llegó a la planta baja, encontró el dinero que había en la recepción e intentó destruir la computadora del hotel con el objetivo de borrar la información de aquella fatídica noche.

Mientras tanto, la mujer pudo huir nuevamente para dirigirse a los pisos superiores a buscar ayuda. Nadie le abrió la puerta, y cuando escuchó nuevamente que el asesino se dirigía hacia donde ella se encontraba, volvió hacia abajo, a la receptoría.

Allí intentó comunicarse con el número de emergencias, pero una vez más no tuvo éxito, ya sin más opciones, corrió a la calle en busca de auxilio y allí fue que un taxi la llevó hasta el hospital.

Tiempo después, cuando se hubo recuperado, la mujer relató los hechos de aquella noche a la policía. Su historia encajaba totalmente con la reconstrucción que los oficiales habían hecho del caso, aunque se desconocía aún al responsable del crimen.

En el hotel fue hallada la caja en la que Rivero llevaba el arma, y en ella se encontraba impresa la dirección de un negocio de muebles. Gracias a este dato, un policía hizo la asociación de que en la calle en que se ubicaba dicha tienda, vivía un criminal que se llamaba Fernando Rivero Velez.

Además, hallaron la ficha del conserje que evidenciaba que Rivero había hecho una reserva para aquella noche, y además, el hecho de que el monitor de la computadora estuviera roto, delataba que el autor no quería que se pudiera corroborar la información de dicho día.

Cuando huyó del hotel, Rivero fue a un bar en donde trabajaba su novia y con ella huyó hacia Badajoz. Le dijo que era para evitar una audiencia que tenía por una de sus causas al día siguiente.

Por otra parte, un informante de la policía recibió una llamada de Rivero por la cual se pudo registrar el número desde donde había llamado.
La policía lo atrapó tres días después de los asesinatos y fue transferido a la prisión de Badajoz.

Mientras lo trasladaban a su audiencia, pudo fugarse luego de golpear a un guardia, pero este respiro de libertad duró muy poco. Al tiempo fue apresado nuevamente y llevado a prisión.

La única persona que presenció el testimonio de Rivero fue un psiquiatra quien concluyó que el asesino era altamente peligroso por su condición psicológica.

Fernando Rivero acabó en prisión. Pero así no concluyó su historia, pues estando preso mató a otro preso a puñal

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