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lunes, 11 de abril de 2011
La Abuelita Paz
La Abuelita Paz, como las Hermanas Gilda, era una señora de clase media, de derechas, moralmente aceptable. Al contrario que las Gilda, interesadas en ascender socialmente del grado de solteronas, incluso a costa de pisarse los novios, la septuagenaria se sabía ya con el arroz pasado y no aspiraba a otra cosa que al peripatetismo.
Pero, como la ancianita propietaria de Piolín/Tweety en los “cartoons” de la Warner, escondía una vena sádica, muy propia de las virtuosas damas de zapato negro de medio tacón, vestido de volantes en el cuello y gafas de tropecientas dioptrías, que –en la realidad, pertrechadas con velos, y misales-, cuchicheaban de sus vecinos, señalaban con el dedo y marcaban el camino recto de lo que era justo y necesario –según el párroco de turno-. Quien esto suscribe, al menos, y ya desde el niño lector de aquellas tiras que fui, se niega a creer que otros motivos más inocentes moviesen a tan pérfida anciana rebotada de los tiempos del charlestón. La Abuelita Paz, a buen seguro, ya era “una abuelita de antes de la guerra” cuando aún los rubores de la primavera atacaban sus juveniles mofletes –porque, la Paz, estaba rellenita y lucía moño, rasgos físicos adquiridos con el paso de muuuchos años.
Y, así, este personaje –cuya adaptación cinematográfica no debería desdeñar el “freaky”Tim Burton- cumplía todas las directrices que provocaban la comicidad en las tiras de la época: persona piadosa que no necesitaba denunciar a nadie porque la fortuna le ponía en bandeja de plata fastidiarles los planes inmediatos, y a quienes hacía caer de espaldas fuera del campo de la viñeta, no sin antes hacerles rabiar a base de bien.
En sus tiras, el surrealismo estaba de su parte y esos pequeños ácratas a quienes tanto apreciaba Vázquezrecibían un merecido (?) castigo a sus actos. Podría ser que el historietista pergeñase aquellas páginas sosteniendo el lápiz con la otra mano o reflejando el folio en un espejo… Quizás, incluso, pronunciando el nombre de su personaje tres veces seguidas mientras miraba por encima de su hombro, a manera de mefistofélico conjuro.
¿Qué queda hoy de esa tierna ancianita dispuesta a redefinir el término “tercera edad” como arma de destrucción minoritariamente… a/efectiva? Eche, querido lector, un vistazo a su comunidad –o, en su defecto, a las vecinas que idearon Álex de la Iglesia en su película y José Luis Moreno en su exitosa serie de televisión- e igual descubre en sus hechuras un monstruo del Infierno dispuesto, bondadosamente, a sacarnos de nuestras casillas en el más terrenal de los purgatorios…
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